a. Prometeo, el creador de la humanidad, a quien algunos incluyen entre los siete Titanes, era hijo o bien del titán Eurimedonte, o bien de Jápeto con la ninfa Clímene; sus hermanos eran Epimeteo, Atlante y Menecio[1].
b. El gigantesco Atlante, el mayor de los hermanos, conocía todas las profundidades del mar; gobernaba en un reino con una costa escarpada, mayor que Asia y África juntas. Esta tierra llamada Atlántida se hallaba más allá de las Columnas de Heracles y una cadena de islas productoras de frutos la separaba de un continente más lejano no relacionado con los nuestros. Los habitantes de Atlántida canalizaban y cultivaban una enorme llanura central, alimentada con el agua de las colinas que la rodeaban por completo excepto en una brecha frente al mar. También construían palacios y baños, hipódromos, grandes obras portuarias y templos, y hacían la guerra no sólo hacia el oeste hasta el otro continente, sino también hacia el este hasta Egipto e Italia. Los egipcios dicen que Atlánte era hijo de Posidón, cuyos cinco pares de mellizos varones juraron fidelidad a su hermano mediante la sangre de un toro sacrificado en lo alto de la columna, y que al principio eran muy virtuosos y llevaban con buen ánimo la carga de su gran riqueza en oro y plata. Pero un día fueron presa de la codicia y la crueldad y, con permiso de Zeus, los atenienses los vencieron sin ayuda y destruyeron su poder. Al mismo tiempo los dioses enviaron un diluvio que en un día y una noche sumergió a toda la Atlántida, de modo que las obras portuarias y los templos quedaron enterrados bajo un desierto de barro y el mar se hizo innavegable[2].
c. Atlante y Menecio, quienes se salvaron, se unieron a Crono y los Titanes en su guerra desafortunada contra los dioses olímpicos. Zeus mató a Menecio con un rayo y lo envió al Tártaro, pero perdonó a Atlante, a quien condenó a soportar el Cielo sobre sus espaldas durante toda la eternidad[3].
d. Atlante era padre de las Pléyades, las Híades y las Hespérides y ha sostenido el Cielo desde entonces, salvo en una ocasión, cuando Heracles le sustituyó temporalmente en esa tarea. Algunos dicen que Perseo petrificó a Atlante convirtiéndolo en el monte Atlas mostrándole la cabeza de la Gorgona, pero olvidan que Perseo era, según la opinión común, un antepasado lejano de Heracles[4].
e. Prometeo, que era más juicioso que Atlante, previo el resultado de la rebelión contra Crono por lo que prefirió luchar del lado de Zeus, y persuadió a Epimeteo para que hiciera lo mismo. Era, en verdad, el más sabio de su raza, y Atenea, a cuyo nacimiento de la cabeza de Zeus había asistido, le enseñó la arquitectura, la astronomía, las matemáticas, la navegación, la medicina, la metalurgia y otras artes útiles, que él transmitió a la humanidad. Pero Zeus, que había decidido extirpar a toda la raza humana, y sólo la perdonó gracias a la súplica apremiante de Prometeo, estaba irritado por sus crecientes facultades y aptitudes[5].
f. Un día se produjo en Sición una disputa sobre qué partes de un toro sacrificado se debían ofrecer a los dioses y cuáles se debían reservar a los hombres, y se invitó a Prometeo a actuar como arbitro. Él desolló y descuartizó un toro y luego cosió su piel y formó con ella dos sacos de boca ancha que llenó con lo que había cortado. Un saco contenía toda la carne, pero ésta la ocultó bajo el estómago, que es la parte menos apetecible de cualquier animal; el otro contenía los huesos, ocultos bajo una espesa capa de grasa. Cuando ofreció a Zeus los dos sacos para que eligiera, Zeus, fácilmente engañado, eligió el que contenía los huesos y la grasa (que siguen siendo la porción divina), pero castigó a Prometeo, que se reía de él a sus espaldas, privando a los hombres del fuego. «¡Que coman las carne cruda!», exclamó[6].
g. Prometeo fue inmediatamente a ver a Atenea y le pidió que lo dejara entrar secretamente en el Olimpo, cosa que ella le concedió. Una vez allí, encendió una antorcha en el carro ígneo del Sol y luego arrancó de éste un fragmento de carbón vegetal incandescente que metió en el hueco formado por la médula de una cañaheja. Luego apagó la antorcha, salió a hurtadillas y entregó el fuego a la humanidad[7].
h. Zeus juró vengarse. Ordenó a Hefesto que hiciera una mujer de arcilla, a los cuatro Vientos que le insuflaran la vida y a todas las diosas del Olimpo que la adornaran. Y envió a esa mujer, Pandora, la más bella jamás creada, como regalo a Epimeteo, bajo la custodia de Hermes. Pero Epimeteo, a quien su hermano advirtió que. no debía aceptar el resalo de Zeus, se excusó respetuosamente. Más enfurecido aún que antes, Zeus hizo encadenar a Prometeo desnudo a una columna de las montañas del Caucase, donde un buitre voraz le desgarraba el hígado durante todo el día un año tras otro; el tormento no tenía fin, porque cada noche (durante la cual Prometeo estaba expuesto al frío y la escarcha) el hígado volvía a crecer hasta estar nuevamente entero.
i. Pero Zeus, poco dispuesto a confesar que se había mostrado vengativo, excusaba su crueldad haciendo circular una falsedad: decía que Atenea había invitado a Prometeo al Olimpo para tener con él un amorío secreto.
j. Epimeteo, alarmado por la suerte de su hermano, se apresuró a casarse con Pandora, a la que Zeus había hecho tan tonta, malévola y perezosa como bella, la primera de una larga casta de mujeres como ella. Poco tiempo después abrió una caja que según le había advenido Prometeo a Epimeteo, debía mantener cerrada, y en la cual le había costado gran trabajo encerrar todos los Males que podían infestar a la humanidad, como la Vejez, la Fatiga, la Enfermedad, la Locura, el Vicio y la Pasión. Todos ellos salieron de la caja en forma de una nube, hirieron a Epimeteo y Pandora en todas las partes de sus cuerpos y luego atacaron a la raza de los mortales. Sin embargo, la Esperanza Engañosa, a la que también había encerrado Prometeo en la caja, les disuadió con sus mentiras de que cometieran un suicidio general[8].
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1. Los mitógrafos posteriores interpretaban a Atlante como una simple personificación del monte Atlas en el noroeste de África, cuya cumbre parecía sostener el firmamento, pero para Homero las columnas en que soportaba el firmamento se hallaban lejos en el océano Atlántico, y más tarde Herodoto las llamó así en su honor. Comenzó, quizá, como el Titán del segundo día de la semana, que separó las aguas del firmamento de las de la tierra. La mayor parte de la lluvia llega a Grecia del Atlántico, especialmente cuando salen las hijas-estrellas de Atlante, las Híades, lo que explica en parte por qué su hogar estaba en el oeste. Heracles le quitó el Cielo de los hombres en dos sentidos (véase 133 3-4 y 123.4).
2. La leyenda egipcia de la Atlántida —también corriente en los cuentos tradicionales a lo largo de la costa del Atlántico desde Gibraltar hasta las Hébridas, y entre los yorubas del África Occidental— no debe ser descartada como pura fantasía y parece datar del tercer milenio a. de C Pero la versión de Platón, que según él, comunicaron a Solón sus amigos los sacerdotes libios de Sais en el Delta, ha sido injertada, al parecer, en una tradición posterior: cómo los cretenses minoicos, que habían extendido su influencia hasta Egipto e Italia, fueron vencidos por una confederación helénica encabezada por Atenas (véase 98.1), y cómo, quizás a consecuencia de un terremoto submarino, las enormes obras portuarias construidas por los keftios («pueblo del mar», o sea los cretenses y sus aliados) en la isla de Faros (véase 27.7 y 169.6), se hundieron bajo varias brazas de agua, donde recientemente han sido redescubiertos por los buzos. Esas obras consistían en una dársena exterior y otra interior que juntas abarcaban unos doscientos cincuenta acres (Gastón Jondet: Les Ports submergés de l'ancienne ile de Pharos, 1916). Esta identificación de la Atlántida con Faros explicaría por qué Atlas es descrito a veces como hijo de Jápeto —el Jafet del Génesis a quien los hebreos llamaban hijo de Noé y consideraban antepasado de la confederación de la gente del mar— y otras veces como hijo de Posidón, patrono de los navegantes griegos. Noé es Deucalión (véase 38.c) y, aunque en el mito griego Jápeto aparece como abuelo de Deucalión, esto podría significar, sencillamente, que era el antepasado epónimo de la tribu cananea que llevó la leyenda mesopotámica del diluvio, más bien que la adántica, a Grecia. Varios detalles del relato de Platón, como el sacrificio de toros en columnas y las instalaciones de agua caliente y fría en el palacio de Atlante, aseguran que los descritos son cretenses y no miembros de otra nación. Como Atlánte, los cretenses «conocían todas las profundidades del mar». Según Diodoro (v. 3), cuando la mayoría de los habitantes de Grecia fueron destruidos por el gran diluvio, los atenienses olvidaron que habían fundado Sais en Egipto. Ésta parece ser una manera confusa de decir que después del hundimiento de las obras del puerto de Faros los atenienses olvidaron los vínculos religiosos que los unían con la ciudad de Sais, donde se rendía culto a la misma diosa libia Neith, o Atenea, o Tanit.
3. La versión de Platón se hace confusa a causa de su información acerca del gran número de elefantes que había en la Atlántida, lo que puede referirse a la gran importación de marfil que se hacía en Grecia por la vía de Faros, pero tal vez haya sido tomada de la leyenda más antigua. El lugar donde estaba la legendaria Atlántida ha sido tema de numerosas teorías, si bien la influencia de Platón ha concentrado naturalmente la atención popular en el océano Atlántico. Hasta recientemente se suponía que la cordillera atlántica (que se extiende desde Islandia hasta las Azores y luego se inclina hacia el sudeste hasta las islas Ascensión y Tristán da Cunha) era sus restos; pero los estudios oceanográficos demuestran que, aparte de esos picos, toda la cordillera ha estado bajo el agua durante por lo menos sesenta millones de años. Sólo se sabe de una gran isla habitada del Atlántico que ha desaparecido: la meseta llamada ahora Dogger Bank. Pero los huesos y utensilios recogidos con redes demuestran que el desastre se produjo en la época paleolítica, y es mucho menos probable que la noticia de su desaparición la llevaran a Europa unos supervivientes que navegaran a la deriva por aquella gran extensión de agua a la que el recuerdo de una catástrofe diferente fuese llevada a la costa del Atlántico por los inmigrantes neolíticos muy civilizados provenientes de Libia, conocidos habitualmente como constructores de tumbas en galería.
4. Éstos eran agricultores y llegaron a Gran Bretaña hacia fines del tercer milenio a. de C., pero no se ha dado explicación alguna de su movimiento en masa hacia el oeste por Túnez y Marruecos hasta la España meridional y luego hacia el norte hasta Portugal y más allá. Según la leyenda galesa de la Atlántida sobre los desaparecidos Cantrevs de Dyfed (imposiblemente situados en la Bahía de Cardigan) una fuerte oleada derribó los malecones y destruyó dieciséis ciudades. La irlandesa Hy Brasil, la bretona ciudad de Ys, la región de Lyonesse en Cornualles (imposiblemente situada entre Cornualles y las islas Scilly), la francesa Ile Verte y la portuguesa Ilha Verde son todas variantes de esta leyenda. Pero si lo que los sacerdotes egipcios dijeron realmente a Solón fue que el desastre se produjo en el Lejano Oeste y que los sobrevivientes fueron «más allá de las Columnas de Heracles», la Atlántida puede ser identificada fácilmente.
5. Es la región de los Atlantes, mencionada por Diodoro Sículo (véase 131.m) como un pueblo muy civilizado que vivía al oeste del lago Tritonis y al que las amazonas libias, es decir las tribus matriarcales descritas posteriormente por Herodoto, arrebataron la ciudad de Cerne. A la leyenda de Diodoro no se la puede fechar arqueológicamente, pero él la hace preceder a la invasión libia de las islas del Egeo y de Tracia, acontecimiento que no pudo haberse producido después del tercer milenio a. de C. Por lo tanto, si la Atlántida era la Libia occidental, las inundaciones que la hicieron desaparecer pueden haberse debido a una lluvia fenomenal como la que causó los famosos diluvios mesopotamio y ogigiano (véase 38.3-5), o a una marea alta con un fuerte viento del noroeste, como la que se llevó una gran parte de los Países Bajos en los siglos xii y xiii y formó el Zuider Zee[9], o a un hundimiento de la región costera. En efecto, la Atlántida puede haberse hundido al formarse el lago Tritonis (véase 8.a), el cual, según parece, abarcaba en un tiempo varios millares de millas cuadradas de las tierras bajas libias, y quizá se extendía hacia el norte hasta el golfo occidental de Sirte, al que el geógrafo Escilax llamó «el golfo de Tritonis», y donde los peligrosos arrecifes indican que existía una cadena de islas de las que sólo sobreviven Jerba y Kerkennahs.
6. La isla que quedó en el centro del lago mencionado por Diodoro (véase 131.1) era quizá la Chaamba Bou Rouba en el Sahara. Diodoro parece referirse a esa catástrofe cuando dice en su relato de las Amazonas y los Atlantes (iii.55): «Y se dice que, como consecuencia de terremotos, las partes de Libia cercanas al océano sumergieron al lago Tritonis y lo hicieron desaparecer.» Como el lago Tritonis todavía existía en su época, lo que le dijeron probablemente fue que «como consecuencia de terremotos en el Mediterráneo occidental el mar sumergió a parte de Libia y formó el lago Tritonis». Tanto el Zuider como el lago Copaic han sido entarquinados y el lago Tritonis, que, según Escilax, todavía cubría novecientas millas cuadradas en la época clásica, se ha reducido a las marismas de Chott Melghir y Chott el Jerid. Si allí estuvo la Atlántida, algunos de los agricultores desalojados fueron por el oeste a Marruecos, otros hacia el sur a través del Sahara, y otros por el este a Egipto y más allá, llevando con ellos su fábula; unos pocos se quedaron a las orillas del lago. Los elefantes de que habla Platón pueden muy bien haberse hallado en ese territorio, aunque la costa montañosa de la Atlántida pertenece a Creta, lugar que los egipcios, que aborrecían el mar, conocían sólo de oídas.
7. Los cinco pares de hijos gemelos de Posidón que juraron fidelidad a Atlante deben de haber sido representantes en Faros de los reinos «Keftiu» aliados de los cretenses. En la época micénica la norma era la doble soberanía: en Esparta reinaban Castor y Pólux; en Mésenia, Idas y Linceo; en Argos, Preto y Acrisio; en Tirinto, Heracles e Ificles; en Tebas, Eteocles y Polinices. Los hijos de Posidón mostraron codicia y crueldad solamente después de la caída de Cnosos, cuando la integridad comercial decayó y los mercaderes se convirtieron en piratas.
8. El nombre de Prometeo, «previsión», puede haber tenido su origen en una interpretación griega errónea de la palabra sánscrita pramantha, la esvástica, o taladro de fuego, que se suponía había inventado él, pues en Thurii se representaba a Zeus Prometeo sosteniendo un taladro de fuego. Prometeo, el héroe popular indo-europeo, se confundió con el héroe cario Palamedes, el inventor o distribuidor de todas las artes civilizadas (bajo la inspiración de la diosa); y con el dios babilonio Ea, quien alegaba haber creado un hombre magnífico con la sangre dé Kingu (una especie de Crono), en tanto que la diosa-Madre Aruru creó un hombre inferior con arcilla. Los hermanos Pramanthu y Manthu que aparecen en la Bhágavata Purána, una epopeya sánscrita, pueden ser prototipos de Prometeo y Epimeteo («idea tardía»); pero lo que dice Hesíodo sobre Prometeo, Epimeteo y Pandora no es un mito auténtico, sino una fábula antifeminista, probablemente inventada por él, aunque se basa en la fábula de Demofonte y Fílide (véase 169.j). Pandora («la que da todo») era la diosa Tierra, Rea, adorada con ese título en Atenas y en otras partes (Aristófanes: Aves 971; Filóstrato: Vida de Apolonio de Tiana vi.39), a la que el pesimista Hesíodo culpa de la mortalidad del hombre y de todos los males que acosan a la vida, así como de la manera de conducirse frívola e indecorosa de las esposas. Su fábula sobre la división del toro tampoco es mítica, sino una anécdota cómica inventada para explicar el castigo de Prometeo y la anomalía de ofrecer a los dioses solamente los fémures y la grasa del animal sacrificado. En el Génesis se explica la santidad de los fémures con la cojera de Jacob, que le infligió un ángel durante una lucha a brazo partido. El cántaro (no la caja) de Pandora contenía originalmente almas aladas.
9. Los isleños griegos todavía llevan el fuego de un lugar a otro en el hueco de una cañaheja, y el encadenamiento de Prometeo en el Cáucaso puede ser una leyenda recogida por tos helenos al emigrar desde el mar Caspio a Grecia: de un gigante de hielo recostado en la nieve de las altas cumbres y acompañado por una bandada de buitres.
10. Los atenienses se esforzaban por negar que su diosa tomó con» amante a Prometeo,, lo que indica que se le había identificado localmente con Hefesto, otro dios del fuego e inventor, del que se refería la misma fábula (véase 25.b) porque compartía un templo de la Acrópolis con Atenea,
11. Menecio («fuerza arruinada») es un rey sagrado del culto del roble; el nombre se refiere quizás a su mutilación ritual (véase 7.1 y 50.2).
12. En tanto que la esvástica de movimiento a la derecha es un símbolo del sol, la del movimiento a la izquierda es un símbolo de la luna. Entre los akan del África Occidental, un pueblo de ascendencia libio-beréber (véase Introducción) representa a la diosa triple Ngame.
[1] Eustacio: Sobre Homero p.987; Hesíodo: Teogonía 507 y ss.; Apolodoro: i.2.3.
[2] Platón: Timeo 6 y Critias 9-10.
[3] Homero: Odisea i.52.11; Hesíodo: loc. cit.; Higinio: Fábula 150.
[4] Diodoro Sículo: iv.27; Apolodoro: ii.5.11; Ovidio: Metamorfosis iv.630.
[5] Esquilo: Prometeo encadenado 218, 252, 445 y ss., 478 y ss. y 228-36.
[6] Hesíodo: Teogonía 521-64; Luciano: Diálogos de los Dioses 1 y Prometeo en el Cáucaso 3.
[7] Servio sobre las Églogas de Virgilio vi .42.
[8] Hesíodo: Trabajos y Días 42-105 y Teogonía 565-616; Escoliasta sobre Apolonio de Rodas ii.1249.
[9] Desde que se escribió esto la historia se ha repetido desastrosamente.
Robert Graves: "Los mitos griegos"
Traductor: Luis Echávarri, revisión: Lucía Graves
Es muy digno de investigación, sugiero, las creencias o tradición religiosa de los yorubas, en relación con este tema, y que son mencionados brevemente en este trabajo. Pues de lo poco que hasta ahora he investigado y analizado, sobre ellos, se me impone mucho como producto, correspondencias impensadas con la mitología griega, de un modo sorprendente al menos para mi. De modo que sugiero investigar mas en relación con este tema, en la tradición yoruba, donde quizás halla elementos enriquecedores al menos.Yo creo que pueden contener datos valiosos en mas de un sentido. Cordialmente José clemente.
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